Con el estreno de Frankenstein en Netflix, Guillermo del Toro ofrece una de sus obras más personales y conmovedoras. Lejos de concebirla como una historia de terror, el director ha descrito su adaptación de la novela de Mary Shelley como una reflexión sobre la paternidad, la creación y la soledad. En su versión, protagonizada por Jacob Elordi, Oscar Isaac y Mia Goth, el monstruo no es una abominación temida, sino una criatura trágica moldeada por el deseo humano de comprender y controlar la vida.
En ese sentido, el director siempre ha sentido fascinación por los monstruos, especialmente por aquellos incomprendidos que reflejan las sombras del alma humana. Mucho antes de emprender su ambicioso proyecto de Frankenstein, el director mexicano dio vida a otra criatura que desafiaba la lógica y la emoción: el Hombre Anfibio de La forma del agua, una reinvención poética del mítico El Monstruo de la Laguna Negra.
El clásico de terror que marcó la infancia de Guillermo del Toro y dio origen a ‘La forma del agua’
La película, que ganó el Oscar a Mejor Película en 2018, surgió como una respuesta afectuosa al clásico de terror de los años cincuenta. Aunque del Toro nunca pretendió hacer un remake, su historia de amor entre una mujer muda y un ser acuático evoca directamente al Gill-Man, aquel monstruo trágico descubierto por científicos en la selva amazónica. Si el filme original de Jack Arnold exploraba la curiosidad humana ante lo desconocido, La forma del agua convirtió esa curiosidad en empatía, ternura y deseo de conexión.
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El Monstruo de la Laguna Negra narra la historia de un ser solitario y malinterpretado, atacado por los hombres que invaden su hábitat natural. Del Toro recupera esa esencia, pero transforma el miedo en compasión. Su “Hombre Anfibio”, interpretado por Doug Jones, ya no es una amenaza, sino una víctima del egoísmo humano. La mirada científica de los años cincuenta, obsesionada con dominar y estudiar, se convierte aquí en un espejo de la intolerancia y el abuso de poder durante la Guerra Fría.
Cómo ‘La forma del agua’ reescribió la historia del “monstruo enamorado”
El cineasta quiso además cumplir un sueño de infancia. Cuando vio por primera vez El Monstruo de la Laguna Negra, quedó cautivado por el diseño del monstruo y deseó un final distinto. “Yo quería que terminaran juntos”, confesó del Toro años después. Aquella frustración infantil se convirtió en el germen de La forma del agua: una película que imaginaba la historia imposible de amor entre la criatura acuática y la mujer que lo comprendía. Incluso llegó a considerar rodarla en blanco y negro, como homenaje al filme original.
Fox Searchlight Pictures
Para materializar su visión, del Toro recurrió a un rodaje tan exigente como poético. Doug Jones soportó fríos tanques de agua, pesados trajes y largas horas de filmación para dar vida a un personaje que debía resultar a la vez imponente y conmovedor. En una de las secuencias más memorables, el director rodó un sueño en blanco y negro al ritmo de un vals, donde la mujer y el monstruo bailan como en una fantasía de Fred Astaire. Esa escena encapsula la esencia del filme: un cuento de hadas sumergido en la oscuridad del miedo y la ciencia.
Sin embargo, más allá del romance, La forma del agua conserva el espíritu moral del cine de monstruos clásico. Como Frankenstein o King Kong, sus criaturas son espejos del alma humana: seres marginados por su diferencia, castigados por un mundo que teme lo que no entiende. Mientras El Monstruo de la Laguna Negra reflejaba los miedos de los años cincuenta, incluyendo la sexualidad femenina, la invasión y lo desconocido, del Toro lo reinterpretó como una oda a la empatía y al amor en tiempos de violencia.