A 19 años de su estreno, esta película sigue teniendo uno de los giros más impactantes del siglo XXI
Luis Fernando Galván
Desde 'El arca rusa' de Aleksander Sokurov hasta 'Museo' de Alonso Ruizpalacios, me encantan las películas que se desarrollan al interior de los museos. Como historiador del arte, me interesa explorar los vínculos que existen entre la pintura y el cine como medios de expresión visual.

Hay películas que envejecen bien y otras que, con el tiempo, se vuelven auténticos enigmas. A dos décadas de su llegada, este thriller conserva uno de los ‘plot twists’ más impactantes capaz de sacudir incluso a quienes la han visto más de una vez.

El plot twist, ese giro narrativo capaz de reconfigurar por completo la experiencia de un espectador, ha sido uno de los motores emocionales más potentes del cine desde hace décadas. En El cine según Hitchcock, escrito por François Truffaut, el director de Psicosis, Vértigo y Los pájaros señala que el suspenso funciona mejor cuando el público cree saber algo que en realidad desconoce, y su filmografía demostró cómo una revelación tardía podía transformar no solo un relato, sino la percepción que el espectador tenía de él.

A lo largo de los años, el cine contemporáneo ha experimentado con este recurso en filmes como El sexto sentido de M. Night Shyamalan y El club de la pelea de David Fincher, demostrando que un cambio abrupto en el punto de vista puede reconfigurar por completo la lectura de una película. Dentro de ese linaje de grandes revelaciones, hay un título que, a casi dos décadas de su estreno, permanece como uno de los giros mejor construidos de la historia reciente.

El gran truco
El gran truco
Fecha de estreno 3 de noviembre de 2006 | 2h 08min
Dirigida por Christopher Nolan
Con Hugh Jackman, Christian Bale, Michael Caine
Medios
4,0
Usuarios
3,2
Streaming

La historia de obsesión y engaño que se convirtió en un truco inolvidable

Tras el éxito de Batman inicia y su ascenso meteórico como uno de los directores más influyentes de su generación, Christopher Nolan decidió elaborar un proyecto más íntimo y cerebral como The Prestige. La adaptación de la novela de Christopher Priest es un relato intrincado sobre dos magos obsesionados con alcanzar el truco perfecto. Lo que parecía un respiro entre superproducciones se convirtió, en realidad, en una de las expresiones más refinadas de su estilo: narrativa fragmentada, misterio creciente y un desenlace capaz de redefinir la película entera con un solo movimiento.

Touchstone Pictures

The Prestige se construye alrededor de la rivalidad entre Alfred Borden y Robert Angier, interpretados con intensidad por Christian Bale y Hugh Jackman. Ambos viven atrapados entre su ambición y sus heridas personales, en una competencia que trasciende lo profesional. El filme examina la obsesión como motor creativo y como fuerza destructiva, mostrando cómo la devoción absoluta por un acto escénico puede devorar todo lo que hay alrededor: familia, identidad y cordura.

Una de las virtudes más finas de la película es su tratamiento del punto de vista. Nolan contrasta los sacrificios silenciosos de Borden con la determinación casi suicida de Angier, creando dos trayectorias paralelas que se retroalimentan y se tensan entre sí. Angier parece dispuesto a renunciar a cualquier atisbo de vida personal con tal de alcanzar lo imposible, mientras Borden intenta sostener una vida privada que poco a poco se desmorona por las exigencias de su arte. En ambos casos, la búsqueda del truco perfecto se convierte en una forma de condena.

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El doble truco que convirtió a ‘The Prestige’ en un clásico moderno

Aunque The Prestige está envuelta en un aura de magia, se niega a presentarla como fantasía pura. Para Nolan, la magia es un artificio, una ilusión calculada que exige un precio físico y emocional. Solo cuando Angier decide ir más lejos que ningún otro mago, la película se adentra en un territorio oscuro. Ese cruce entre la obsesión y lo sobrenatural prepara el terreno para un final que oscila entre la ciencia ficción, el horror y el drama más humano.

La estructura misma de la película, dividida metafóricamente como un truco en tres actos (The Pledge, The Turn y The Prestige), adelanta que el desenlace será una revelación doble. Y así ocurre: primero, el público descubre el secreto de Borden, un giro que redefine cada escena previa y exhibe el nivel de sacrificio al que ha llegado. Luego, Nolan despliega el golpe definitivo al revelar el método de Angier, una decisión narrativa tan radical como perturbadora que empuja la película hacia una dimensión insólita.

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Las últimas imágenes son devastadoras dejando al espectador ante preguntas morales difíciles de disipar: ¿quién sacrificó más? ¿quién entendió realmente el significado del truco? ¿es posible empatizar con alguno de ellos sin sentirse culpable? La película invita a cambiar constantemente de bando, a desconfiar de los protagonistas y, finalmente, a aceptar que ambos cruzaron límites irreparables. Esa complejidad psicológica, sumada al giro final, explica por qué The Prestige no solo conserva su impacto, sino que continúa siendo uno de los finales más hipnotizantes del siglo XXI.

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