El montaje más escalofriante y preciso que transformó esta película en una obra maestra
Luis Fernando Galván
Desde 'El arca rusa' de Aleksander Sokurov hasta 'Museo' de Alonso Ruizpalacios, me encantan las películas que se desarrollan al interior de los museos. Como historiador del arte, me interesa explorar los vínculos que existen entre la pintura y el cine como medios de expresión visual.

Entre música sacra y violencia implacable, esta película tiene una secuencia que redefinió la narrativa moderna. Lo que comenzó como una solución práctica terminó siendo uno de los momentos más inquietantes y perfectos de la historia del cine.

Desde los inicios del cine, el montaje ha sido una de las herramientas fundamentales para transformar imágenes en ideas y emociones. Teóricos como Sergei Eisenstein demostraron que el choque entre planos podía producir significados nuevos, una síntesis visual capaz de generar tensión y conmoción. Su montaje intelectual en filmes como El acorazado Potemkin y Octubre sentó las bases de una gramática audiovisual que después inspiraría a directores como Alfred Hitchcock en Psicosis o a Stanley Kubrick en 2001: Una odisea del espacio.

El montaje alterno y paralelo también redefinió la manera en que el público experimenta el suspenso. D. W. Griffith lo explotó en Intolerancia para conectar historias separadas en el tiempo, mientras que clásicos como M, el vampiro de Düsseldorf y obras contemporáneas como Requiem por un sueño o Whiplash demostraron que el ritmo, la repetición y el contraste pueden moldear la percepción del espectador. En esta tradición se inserta una de las secuencias más emblemáticas del cine moderno: el bautizo en El padrino, quizá la demostración más precisa de cómo la puesta en escena solo se completa en la sala de edición.

El Padrino
El Padrino
Fecha de estreno 11 de julio de 1972 | 2h 55min
Dirigida por Francis Ford Coppola
Con Marlon Brando, Al Pacino, James Caan
Medios
5,0
Usuarios
4,1
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El montaje que convirtió el bautizo de ‘El padrino’ en una pesadilla inolvidable

En El padrino, el montaje alcanza un carácter casi litúrgico. Francis Ford Coppola encontró en la alternancia de imágenes un modo de revelar la fractura interna de Michael Corleone (Al Pacino). En la novela, la ejecución de los enemigos de la familia ocupa decenas de páginas, pero el director decidió condensar toda la violencia y el ritual religioso en un solo latido cinematográfico. Este gesto no solo reorganizó la estructura dramática, sino que elevó el sentido moral del relato.

La secuencia emplea 67 planos distribuidos en apenas cinco minutos. La primera mitad mantiene un ritmo pausado y contemplativo, mientras que la segunda reduce drásticamente la duración de los planos para intensificar la sensación de inevitabilidad. La yuxtaposición entre el bautizo del sobrino de Michael y los asesinatos planeados por él no funciona como un truco estilístico, sino como un mecanismo para exhibir el instante exacto en que el personaje vende su alma.

Paramount Pictures

Del ritmo contemplativo al estallido: el montaje en ‘El padrino’

La construcción sonora fue igualmente decisiva. Coppola no estaba satisfecho con el montaje hasta que uno de los editores propuso sumar un órgano que unificara los planos como si fueran piezas de un mismo rito. Ese sonido sagrado, superpuesto a la violencia, genera un efecto de ironía devastadora: la música convierte las ejecuciones en un ritual oscuro al que Michael se entrega sin titubear. Lo divino y lo atroz se funden en una sola respiración.

Paramount Pictures

La secuencia es también un ejemplo de cómo el montaje puede funcionar como un espejo moral. Cada vez que Michael renuncia a Satanás frente al sacerdote, un nuevo asesinato irrumpe en pantalla. El montaje paralelo permite que estos dos mundos (el espiritual y el criminal) se contaminen entre sí, revelando que el camino hacia el poder no solo destruye a los enemigos de Michael, sino al propio Michael. La caída del héroe se vuelve visible sin necesidad de palabras.

Al final, la secuencia del bautizo no solo se convirtió en el momento cúspide de El padrino, sino en una lección sobre el poder del montaje como forma de pensamiento cinematográfico. Coppola, junto con los editores William Reynolds y Peter Zinner, transformó una necesidad práctica en un prodigio narrativo. El resultado es una de las escenas más influyentes de la historia del cine, una en la que el montaje no solo organiza imágenes, sino que revela la verdad más terrible del protagonista.

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