Las atmósferas contemplativas, los silencios que respiran y la mirada a lo cotidiano como si fuera sagrado han marcado a cineastas como Terrence Malick, Kelly Reichardt o Viggo Mortensen. En películas como El árbol de la vida, First Cow y The Dead Don’t Hurt, la belleza no está en la trama, sino en la forma en que la imagen captura el paso del tiempo y las heridas que deja en quienes lo atraviesan. Es un cine donde la naturaleza es narradora, donde la historia avanza con el ritmo suave de un recuerdo, y donde cada detalle palpita como si fuera parte de un sueño delicado.
El viaje íntimo de un hombre común en esta joya de Netflix
En ese universo aparece Sueños de trenes, la adaptación de la celebrada novela corta de Denis Johnson. Dirigida por Clint Bentley y protagonizada por un extraordinario Joel Edgerton, la película rescata la vida de Robert Grainier, un leñador solitario cuyo paso por el mundo parece insignificante, pero que en pantalla adquiere la dimensión de un mito discreto. Su historia se narra como una odisea mínima, hecha de gestos, pérdidas y silencios.
“Su nombre era Robert Grainier”, anuncia la voz en off de Will Patton, como si lo invocara desde un pasado remoto. Robert es presentado como un hombre común en el Estados Unidos de inicios del siglo XX, criado en la orfandad, dedicado a los oficios duros del campo y marcado por una sensibilidad que lo distingue de los leñadores más rudos que lo rodean. Bentley lo filma como alguien que observa más de lo que dice, que escucha la vida sin imponerse sobre ella.
Netflix
‘Sueños de trenes’: una vida sencilla atravesada por tragedias
La película se adentra en su relación con Gladys, interpretada con luminosidad contenida por Felicity Jones. Juntos construyen una cabaña, un hogar y un sueño familiar que pronto se ve interrumpido por las largas temporadas en las que Robert debe dejar todo para viajar con cuadrillas de leñadores, muchas veces acompañadas por trabajadores chinos que sufren violencia racista. Uno de esos episodios (el asesinato injustificado de un trabajador) se convierte en una herida que lo perseguirá durante décadas.
Netflix
Mientras Robert se ausenta para ganar el sustento, Gladys demuestra una fortaleza admirable: pesca, caza, protege a su hija pequeña y sostiene la vida que ambos construyen. Pero la tragedia llega de manera abrupta y cambia el rumbo de Robert para siempre, sumiéndolo en una soledad que se vuelve paisaje interior. El filme retrata ese dolor con un realismo que desarma, sin melodramas, dejando que el silencio lo diga todo.
Sueños de trenes combina momentos de una humanidad punzante con escenas casi fábulas. Robert observa a un oso pasar con indiferencia absoluta, comparte pensamientos con una ermitaña interpretada por Kerry Condon o escucha las reflexiones de Arn, un explosivista interpretado por William H. Macy que ve belleza incluso en la devastación. La película alterna entre lo real y lo mítico con una naturalidad que la acerca al tono onírico de su título.
Netflix
La fotografía de Adolpho Veloso sostiene esa magia. Sus imágenes de troncos centenarios, atardeceres dorados, montañas talladas por el viento y noches iluminadas por fogatas crean un mundo sensorial donde el tiempo parece expandirse. Cada encuadre funciona como un recordatorio de que la vida está hecha de detalles que solemos olvidar: una bota clavada en un tronco, una sombra que pasa, un camino que se repite.
Sueños de trenes es una obra pequeña en apariencia, pero enorme en significado. Una meditación sobre la vida y la muerte, sobre la memoria y el olvido. Una película que podría pasar inadvertida en el catálogo inmenso de Netflix, pero que merece ser descubierta porque habla de algo esencial: lo efímera y hermosa que puede ser la existencia.