El cine contemplativo suele ser un territorio reservado para quienes buscan experiencias sensoriales más que narrativas tradicionales. En la línea de autores como Terrence Malick (autor de El árbol de la vida y Una vida oculta), estas películas apuestan por un ritmo pausado, imágenes casi espirituales y reflexiones íntimas sobre la existencia. Son obras que invitan a observar, a escuchar y a sentir el paso del tiempo, dejando que la naturaleza y el silencio revelen aquello que las palabras no alcanzan.
La película más hermosa del año llegó a Netflix y está pasando desapercibida
En esta tradición estética surge una de las mayores sorpresas del año. Netflix ha estrenado Sueños de trenes, una obra que ya muchos consideran como una de las mejores películas de 2025, aunque todavía pasa desapercibida para la mayoría del público. Dirigido por Clint Bentley y basado en la aclamada novela de Denis Johnson, el filme funciona como un poema visual que dialoga con lo mejor del cine reflexivo contemporáneo.
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Sueños de trenes sigue la vida de Robert Grainier, interpretado con una hondura extraordinaria por Joel Edgerton. Robert es un leñador itinerante del inicio del siglo XX, un hombre rudo y silencioso cuya conexión con la naturaleza se ve fracturada a medida que el mundo moderno avanza sin piedad. Cada cadena, cada cable de un puente y cada tronco derribado simbolizan su lenta desaparición, tanto como trabajador como miembro de un paisaje que se desvanece. Bentley retrata este proceso con una delicadeza que convierte cada imagen en un fragmento de memoria.
El trabajo de fotografía de Adolpho Veloso es clave en la construcción de esta elegía visual. Con planos que muestran árboles centenarios dominando el encuadre y seres humanos reducidos al rango de intrusos, la película transmite la pequeñez del hombre ante la inmensidad natural. A ello se suma la música empática de Bryce Dessner, que acompaña con suavidad la transición emocional de un protagonista marcado por la pérdida, la culpa y el desconcierto frente al progreso industrial.
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Joel Edgerton y el alma silenciosa de un protagonista inolvidable
La narración en tercera persona de Will Patton acentúa la dimensión casi mítica de la historia, presentando a Robert no solo como un individuo, sino como un símbolo del estadounidense que quedó atrapado entre dos mundos: el de la vida rústica y el del avance tecnológico que terminaría devorándolo. Bentley construye así una crónica íntima del Oeste, llena de detalles auténticos sobre la vida de los leñadores, los peligros del oficio y la fragilidad de una comunidad destinada a desaparecer.
En ese contexto histórico irrumpe Arn Peeples, interpretado por un siempre sobresaliente William H. Macy. Explosivos en mano y sabiduría en la voz, Arn representa la conciencia ecológica antes de que la palabra existiera. Para él, cada árbol derribado es un lamento, cada avance tecnológico una herida. Su figura sirve como espejo del propio Robert, quien empieza a percibir que su oficio, sus decisiones y sus silencios lo empujan a un destino que no desea.
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La película adquiere un tono aún más devastador cuando Robert comprende que el progreso no solo destruye bosques, sino también vínculos humanos. Su encuentro con Claire, interpretada por Kerry Condon, revela que otras almas perciben con igual tristeza la desaparición del mundo antiguo. Claire no es un romance ni un giro dramático, sino una confirmación: no está solo en su melancolía.
Sueños de trenes no solo destaca por su belleza visual y emocional, sino también por el nivel de entrega de Joel Edgerton, quien alcanza aquí uno de los momentos más altos de su carrera. Su interpretación despojada, contenida y profundamente humana convierte a Robert Grainier en un personaje que trasciende la pantalla y se convierte en símbolo de un país y un tiempo que se deshacen ante nuestros ojos.