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    El misterio de Silver Lake
    Críticas
    3,5
    Buena
    El misterio de Silver Lake

    ¿Cuántos misterios caben en un misterio?

    por Tamara Cuevas

    Las historias de detectives son geniales, pero las historias de detectives involuntarios son incluso mejores. Sam (Andrew Garfield) es un treinteañero viviendo en Silver Lake, Los Ángeles. Aunque muy inteligente, el chico vive sin propósito alguno –además de espiar a su vecina, que tiene un gusto por los loros y por pasearse desnuda en su balcón. A Sam se le va el día en desarrollar una paranoia en la que, según él, las clases socioeconómicas altas tienen acceso a información a la que nadie más puede aspirar. Detrás de cada canción, cada álbum, cada película hay un código para Sam. Esta cualidad se dejará ver a lo largo de El misterio de Silver Lake y, de inmediato, la adoptaremos nosotros, creyendo que el director, David Robert Mitchell, nos da pistas pero también nos esconde su verdadero significado.

    Un día, mientras espía a su vecina, Sam conoce a Sarah (Riley Keough) y cae rendido ante su belleza y misticismo, pero cuando ésta desaparece misteriosamente, Sam entrará en un calvario y hará todo lo posible por encontrar su paradero. Al mismo tiempo que intenta encontrarla de nuevo, un asesino de perros ronda por las tranquilas calles de Silver Lake; las pistas para encontrar a ese ser tan despreciable están inmiscuidas en una novela gráfica que publica de tanto en tanto un artista desconocido.

    A simple vista, El misterio de Silver Lake es una película que intenta revivir y rendir un homenaje a lo mejor del cine neo-noir, dentro del que se encuentran películas como El largo adiós, de Robert Altman, basada en el libro homónimo de Raymond Chandler –literato y santo patrono de la novela negra. Dichos homenajes parecieran ser tendencia en el nuevo milenio, ahí tenemos Puro Vicio (2014) de P.T Anderson o Dos tipos peligrosos (2016), de Shane Black; sin embargo, esta cinta es también un panfleto abierto de adoración y guiños a la cultura pop –desde Alfred Hitchcock a Marvel, y de Marilyn Monroe a Charles Manson.

    No obstante, la segunda película del también director de It Follows (2014) va más allá del homenaje y tiene tantas capas como la ideología de su protagonista. Con cada paso que Sam da, las subtramas se van acumulando y todas, al final del día, terminarán convergiendo en él. El problema es que la aventura de 2 horas y 19 minutos de Sam parece interminable cuando, de tantas pistas que se nos arrojan, se vuelve complicado y cansado encontrar el verdadero significado de cada una de ellas.

    En este proyecto, más que criticar, David Robert Mitchell se burla. Se burla de Hollywood, de los procesos en que una estrella se convierte en una estrella, de la manera en que nos apropiamos contenidos (canciones, películas, libros) y moldeamos nuestra personalidad alrededor de éstos sin saber qué es lo que hay detrás. Se burla del espíritu y egocentrismo angelino. Un ejemplo de esto es la excelente secuencia del “piano man” en la que Sam entra en la mansión de “el hombre” y encuentra a un viejo decrépito y pretencioso tocando el piano. Rodeado de instrumentos que, en su momento, pertenecieron a artistas como Kurt Cobain, el piano man le confiesa a Sam que él está detrás de varios hits musicales que han servido como estandarte de las generaciones más pequeñas. La secuencia es poderosa porque hasta ese entonces Sam estaba seguro de quién era y de la cultura que se había apropiado para definirse a sí mismo, ahora se da cuenta que todo lo que alaba día con día es prefabricado.

    Si creen que lo que acaban de leer es un spoiler, puedo asegurarles que esa secuencia no es ni el .01 por ciento de toda la trama que maneja El misterio de Silver Lake; no teman que no he revelado nada. A partir de ahí a Sam le esperan cosas peores: retiros espirituales (muy al estilo de los Davidianos), fiestas con celebridades vacías emocionalmente, asesinos de perros, asesinos a sueldo, vagabundos y mucho más.

    El más reciente trabajo de Mitchell bien podría pasar a ser una película de culto –la crítica la ha comparado con las producciones de grandes cineastas como David Lynch– y lo tiene todo para serlo: una fascinante historia que se conforma de otras pequeñas historias, meintras que a nivel técnico y de guion está muy bien ejecutada, el problema es que casi por la mitad comienza a ser tediosa, con historias que parecerían no llegar a ningún lado. Sin embargo, si el espectador confía en el director, se dará cuenta que hasta el más mínimo detalle es un acertijo que –si es paciente y observador– podrá resolver una vez que la película haya terminado. 

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