Todas las sociedades son hasta cierto punto, movidas por los engranes burocráticos. Para el ciudadano común, un burócrata no es bien visto, es algo así como un sujeto desagradable que hará lo que sea para poder gozar el pequeño coto de poder que le otorga su escritorio.
Todo lo demás nos muestra el otro lado de la moneda: Doña Flor (Adriana Barraza) es una mujer de 60 años, que lleva más de 35 siendo burócrata en una oficina gubernamental de la Ciudad de México. Su vida transcurre en un círculo rutinario; todos los días Doña Flor atiende a docenas de personas de todos los estratos sociales. Ella es la encargada de aprobar o rechazar los papeles necesarios para tramitar la Credencial de Elector.
Al terminar el trabajo, Doña Flor acude todos los días a una alberca para ver a los niños jugar. Ella parece encontrar paz en el ruido de los chapoteos y las risas infantiles. Al llegar a casa, el único acompañante de Doña Flor es un gato llamado Manuelito, quien acompaña a la mujer en la rutina del hogar: ella diario hace anotaciones con los nombres de las personas que atendió en el día y la única pista de su pasado es la foto de un niño.
Pero un día, la repentina muerte de Manuelito desencadena en Flor una crisis existencial que la lleva a darse cuenta de que está atrapada en el interminable engranaje burocrático. Ella quiere hacerse visible, pero está paralizada.
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