En el vasto catálogo de Netflix se esconde una joya cinematográfica tan provocadora como visceral: Contigo a muerte, una cinta japonesa dirigida por Ryūichi Hiroki que combina el thriller psicológico con una historia de amor tan destructiva como apasionada. Basada en el manga Gunjō de Ching Nakamura, esta película no es para espectadores sensibles: explora el amor, la violencia y la redención con una intensidad poco común en el cine contemporáneo.
La historia gira en torno a Rei, interpretada por Kiko Mizuhara, una joven lesbiana que, tras diez años sin contacto, recibe una llamada de Nanae (Honami Satô), su amor platónico de la secundaria. Al enterarse de que Nanae sufre violencia doméstica, Rei toma una decisión drástica: asesina al marido abusivo de su amiga en un acto que mezcla venganza, desesperación y amor incondicional. Este sangriento suceso marca el inicio de una fuga a través del Japón, que no solo es física, sino emocional y existencial.
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Un crimen por amor: cuando la pasión rompe todos los límites
Rodada cronológicamente, algo poco frecuente en el cine japonés, la cinta permite que la relación entre las protagonistas evolucione de forma orgánica. Mizuhara y Honami Sato, quien da vida a Nanae, compartieron una conexión intensa durante el rodaje, trasladando esa complicidad a la pantalla. El vínculo entre ambas se fortalece escena tras escena, sumergiendo al espectador en una dinámica ambigua donde el amor y la culpa conviven en tensión permanente.
Contigo a muerte destaca no solo por la audacia de su argumento, sino también por su cuidada estética. Hiroki, con una larga trayectoria explorando las zonas grises de la sexualidad y la emoción, alterna escenarios de ciudad iluminados por neón con paisajes costeros que evocan libertad y redención. La cinematografía convierte cada momento en un cuadro emocional, donde lo íntimo y lo salvaje se funden sin concesiones.
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Uno de los aspectos más comentados del filme es su representación explícita de la sexualidad femenina, incluyendo una escena de sexo de ocho minutos entre las protagonistas, coreografiada con el apoyo de una coordinadora de intimidad. Esta figura clave permitió que las actrices se sintieran seguras y protegidas durante el rodaje, un enfoque novedoso y aún poco común en la industria japonesa. El resultado es una escena poderosa, cruda y cargada de significado, que trasciende lo erótico para hablar del poder de entregarse por completo a otra persona.
Aunque la película suaviza algunos de los matices más oscuros del manga original, conserva el núcleo emocional de la historia: dos mujeres rotas por dentro que intentan reconstruirse en medio del caos. Las actuaciones de Mizuhara y Sato son conmovedoras, llenas de vulnerabilidad y fuerza, y sostienen una trama que por momentos puede parecer errática, pero que nunca pierde su magnetismo.
