En el cine contemporáneo, la ciencia ficción ha sido el terreno fértil donde grandes cineastas han moldeado relatos que desafían nuestra percepción del tiempo, el espacio y la memoria. Christopher Nolan lo hizo con Tenet, un experimento narrativo de inversión temporal que pone a prueba al espectador. Alfonso Cuarón logró una visión cruda y realista del futuro en Niños del hombre, mientras que Denis Villeneuve presentó una reflexión casi filosófica sobre el lenguaje y la comunicación en La llegada.
Otros autores contemporáneos, como Richard Kelly con Donnie Darko, han creado películas de culto que combinan ciencia ficción con dilemas existenciales. Pero hay un hilo invisible que conecta a todas estas obras: una película francesa de apenas 28 minutos que, sin efectos especiales ni grandes presupuestos, cambió el rumbo del género.

‘La jetée’: La obra maestra que cambió la ciencia ficción en solo 28 minutos
Se trata de La jetée, conocida en español como El muelle, una obra experimental de 1962 dirigida por Chris Marker. Aunque muchos la han visto como una curiosidad de arte, cineastas como Terry Gilliam la consideran una piedra angular del género. No por nada 12 monos, su exitosa película de 1995, la cita en los créditos iniciales. A pesar de su brevedad y su estética en blanco y negro, La jetée ha influido profundamente en la forma en que el cine ha representado los viajes en el tiempo y la fragilidad de la memoria humana.
La historia que narra La jetée es sencilla pero devastadora: un hombre marcado por un recuerdo de la infancia (el momento en que vio a un desconocido morir frente a una mujer en un muelle) es reclutado tras la Tercera Guerra Mundial para experimentar con viajes temporales. La humanidad, arrasada y escondida en búnkeres subterráneos, busca respuestas en el pasado y el futuro.

El protagonista viaja al ayer, donde encuentra a la mujer de su recuerdo y se enamora. Después, es enviado al futuro, donde consigue la tecnología para salvar a la humanidad, pero al regresar, se da cuenta de que los científicos planean eliminarlo. Decide entonces escapar al pasado para reencontrarse con la mujer, solo para descubrir que fue testigo, en su niñez, de su propia muerte.
Conformada casi enteramente por fotografías estáticas, el filme se aleja de cualquier fórmula convencional. Su narrativa está guiada por la voz de un narrador y musicalizada por las composiciones inquietantes de Trevor Duncan. A través de imágenes fijas y el poder de la edición, Marker consigue una atmósfera profundamente emocional, demostrando que no se necesita movimiento para generar impacto visual.

El componente filosófico de La jetée es clave para entender su legado. La película asocia los viajes en el tiempo con la memoria, con los recuerdos que nos definen y que también pueden condenarnos. Para Chris Marker, la forma más efectiva de viajar no era mediante tecnología avanzada, sino por medio del anhelo, del dolor y de los vínculos emocionales. La imagen de los anillos de un árbol cortado, donde la pareja protagonista reflexiona sobre el paso del tiempo, recuerda que nuestra existencia, al igual que la de los árboles, queda registrada en círculos invisibles de trauma, amor y pérdida.
Hoy, ver La jetée es mucho más que una experiencia cinematográfica: es una invitación a mirar el cine como un arte de la evocación. En tiempos de efectos digitales y narrativas saturadas, este breve cortometraje sigue destacando por su capacidad de conmovernos con apenas una serie de fotografías. Está disponible en MUBI y merece ser vista y revisitada. Porque, como todos los recuerdos que nos marcan, vuelve una y otra vez, cerrando su ciclo con una intensidad que pocas películas han logrado replicar.
