Tom Hanks es considerado una de las figuras más queridas y respetadas de Hollywood gracias a su carisma y talento frente a la cámara. A lo largo de su trayectoria, ha encarnado personajes entrañables en películas inolvidables como Forrest Gump, Náufrago y Filadelfia, que le valieron no solo el reconocimiento del público, sino también prestigiosos premios de la industria.
En los años siguientes, Hanks continuó ampliando su legado con títulos como Rescatando al soldado Ryan, Capitán Phillips y Sully, filmes que lo reafirmaron como un intérprete de enorme rango dramático y gran magnetismo. Esa combinación de talento y humanidad lo convirtió en la elección perfecta para protagonizar la adaptación cinematográfica de El código Da Vinci, donde su papel como Robert Langdon lo llevó a recorrer escenarios cargados de misterio y cultura.
Columbia Pictures
La millonaria logística detrás de ‘El código Da Vinci’
Cuando Ron Howard decidió llevar El código Da Vinci al Louvre, el reto fue mayúsculo: incluso Tom Hanks tuvo que esperar a que el museo cerrara sus puertas para poder filmar. Rodar en uno de los recintos más visitados del mundo implicó no solo privilegios únicos, sino también un costo altísimo. El equipo debió adaptarse a horarios nocturnos, permisos especiales y una estricta logística para poder transitar por las galerías sin afectar el funcionamiento del museo.
El precio de ese acceso exclusivo ascendió a un millón de euros, una cifra monumental que daba cuenta de la importancia de preservar el patrimonio cultural en medio del espectáculo cinematográfico. El Louvre se convirtió así en un escenario vivo para la película, con escenas filmadas en pasillos, salas históricas y bajo la emblemática pirámide de cristal que ya es parte de la identidad parisina.
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Tom Hanks y la magia de filmar entre obras maestras del Louvre
El museo no fue un simple telón de fondo, sino un personaje más en la trama, con espacios tan emblemáticos como la Salle des États, hogar de la Mona Lisa. La producción no solo enfrentó un desafío económico, sino también técnico, al tener que coordinar rodajes milimétricamente durante las noches, asegurando que nada alterara el flujo de visitantes diurnos. Este esfuerzo convirtió a la cinta en un espectáculo visual que elevó el misterio de la novela de Dan Brown al plano cinematográfico.
El costo y la complejidad del rodaje respondían también al peso de la expectativa: adaptar un fenómeno literario global requería un escenario a la altura. Filmar en el Louvre no solo otorgó autenticidad al relato, sino que también subrayó la conexión entre arte, historia y suspenso que define a la historia de Robert Langdon. La apuesta fue arriesgada, pero se tradujo en una experiencia cinematográfica inolvidable que millones de espectadores alrededor del mundo celebraron.