Guillermo del Toro está a punto de hacerlo otra vez. Después del éxito de Pinocho, el cineasta mexicano regresa con uno de sus proyectos más soñados: Frankenstein, su adaptación personal del clásico de Mary Shelley. El elenco no podría ser más prometedor: Oscar Isaac, Jacob Elordi y Mia Goth protagonizan esta historia que promete ser tan desgarradora como visualmente deslumbrante.
Y mientras el mundo del cine espera con ansias esta nueva versión, vale la pena recordar algo que muchos olvidan: el monstruo de Frankenstein no sólo nació de la imaginación, sino también de la ciencia real. Mejor dicho aún, de los experimentos eléctricos más macabros del siglo XIX.
Cuando la ciencia jugaba a ser Dios
Mary Shelley tenía apenas 19 años cuando escribió "Frankenstein" o el moderno Prometeo, publicada en 1818. La historia, un científico que da vida a una criatura creada con partes humanas, cambió para siempre la literatura, el cine y la idea misma de la ciencia ficción. Pero lo más escalofriante es que la inspiración de Shelley no fue completamente ficticia.
The Belcourt Theathre
A principios del siglo XIX, Europa vivía una fiebre científica: el descubrimiento de la electricidad y su potencial fascinaba a médicos, filósofos y curiosos por igual. Y entre los más famosos de esta era estaban los galvanistas, científicos que experimentaban con descargas eléctricas aplicadas a cadáveres humanos y animales.
La "galvanización": cuando los muertos parecían despertar
El término "galvanización" viene de Luigi Galvani, un médico italiano que en 1780 descubrió que los músculos de una rana muerta se contraían cuando se les aplicaba corriente eléctrica. Ese descubrimiento llevó a pensar que la electricidad era la chispa vital de la vida. Y a partir de ahí, todo se volvió más siniestro.
Mexicontodo
Su sobrino, Giovanni Aldini, llevó esos experimentos al extremo. En Londres, en 1803, Aldini conectó cables eléctricos al cuerpo recién ejecutado de un criminal llamado George Foster. El público miraba horrorizado mientras el cadáver abría los ojos, movía los labios y levantaba la mano como si tratara de hablar.
Por supuesto, Foster no había "resucitado", pero para la audiencia de la época, aquello fue lo más cerca que habían estado de ver a un muerto volver a la vida. La prensa habló del suceso durante semanas. Y una joven escritora llamada Mary Shelley, que viajaba entre círculos de intelectuales y científicos, tomó nota de todo.
El verano que cambió la literatura
En 1816, durante un verano tormentoso en Suiza, Mary Shelley se reunió con Lord Byron, Percy Shelley y otros escritores en la famosa Villa Diodati. Afuera caían rayos, adentro se contaban historias de miedo.
Fue entonces cuando Mary imaginó a Victor Frankenstein, un joven obsesionado con descubrir los secretos de la vida. La imagen del científico aplicando descargas eléctricas a un cuerpo inerte, inspirada directamente en los experimentos de los galvanistas, se convirtió en el núcleo de su novela.
Y aunque Shelley escribió Frankenstein como un cuento de terror, también fue una advertencia: qué pasa cuando la ambición humana cruza los límites del conocimiento. Hoy, más de 200 años después, Frankenstein sigue siendo una de las historias más influyentes del mundo. La criatura dejó de ser sólo un monstruo para convertirse en un espejo del ser humano.