Cuando se habla de Hayao Miyazaki, no se habla sólo de un director, sino de un mago animado y de un visionario que convirtió las salas de cine en portales hacia mundos encantados con brujas, castillos vivientes y espíritus del bosque. Su trabajo en Studio Ghibli ha trascendido generaciones y culturas, y si en el diccionario hubiera una definición de lo que es el séptimo arte, seguramente incluirían imáganes de Mi vecino Totoro o Nausicaä del Valle del Viento.
Miyazaki no solo marcó historia con películas como La princesa Mononoke o Porco Rosso, también hizo lo que parecía imposible: ganar un Oscar con una película animada japonesa gracias a El viaje de Chihiro, que no solo arrasó con los premios sino que marcó los corazones de millones. Y cuando muchos pensaban que eso era su obra maestra final, el maestro volvió del retiro (otra vez) con una nueva joya: El niño y la garza. El resultado fue otra estatuilla y más pruebas de que Miyazaki simplemente no sabe fallar.

Sin embargo, existe un giro en en torno a esta película que nadie podría creer: el mismísimo Miyazaki calificó su experiencia con la cinta como "realmente patética". Mientras todos esperaban con ansias lo que verían en la gran pantalla, él estaba diciendo que regresar al ruedo después de haberse retirado públicamente fue un acto desesperado. Con su característico tono irónico y honesto, el director afirmó: "Es realmente patético que un hombre que ha anunciado al mundo que está acabado, alegando su edad como motivo, vuelva a tentar a la suerte".

Lo cierto es que El niño y la garza no sólo es su más reciente trabajo, también es su gran regreso tras anunciar en 2013 que se retiraba del cine definitivamente. Claro que esas palabras no tuvieron mucho peso viniendo de él, quien ha amenazado con dejar los lápices demasiadas veces Pero esta vez, su regreso fue distinto: más íntimo, más personal, más reflexivo y al parecer, más lleno de dudas.
Lo curioso es que esta autocrítica no se refiere a la calidad del filme, que, recordemos, ganó el Oscar a Mejor Película Animada en 2024, sino al acto mismo de regresar. En realidad, Miyazaki no se juzga como creador, sino como persona, ya que no se arrepiente de la película en sí, sino de haber vuelto cuando ya había dicho adiós.

El niño y la garza, más allá de lo que diga su autor, es una muestra poderosa de cómo el arte puede nacer desde el conflicto interno. Es visualmente deslumbrante, narrativamente compleja y emocionalmente devastadora. Al final, que el creador de Ponyo y El viento se levanta considere que su obra más reciente es "patética" sólo demuestra su nivel de autoexigencia.
