Hay sueños que parecen tan absurdos que se sienten como intentar atrapar un rayo. Para Tom Cruise, uno de esos sueños nació cuando apenas tenía cinco años: volar en moto por un acantilado. Inspirado por las hazañas imposibles que veía en la serie original de Mission: Impossible, el pequeño Tom se prometió a sí mismo que algún día haría algo igual de asombroso. Más de medio siglo después, no solo lo logró, sino que lo hizo como solo él sabe: con el cuerpo, el alma y sin dobles de riesgo.
Hoy, a sus 62 años, ese mismo niño sigue en el interior del actor de Top Gun y Jack Reacher y también al mando de las escenas más vertiginosas del cine de acción. La prueba más clara está en Misión: Imposible – La Sentencia Final, donde, apenas comenzada la producción, Cruise decidió filmar primero la secuencia más peligrosa de toda la película: saltar en motocicleta desde un acantilado y luego desplegar un paracaídas para caer sobre un tren en movimiento. Sin ensayo previo, sin red de seguridad emocional. Simplemente lo hizo.
Tom Cruise y el salto que nació de un sueño infantil: la historia detrás de una escena imposible
La actriz Hayley Atwell, compañera de reparto en esta entrega, reveló entre risas al diario The Guardian: “Tom decía: ‘Desde los cinco años siempre quise saltar de un acantilado en moto’… y lo hizo realidad. Los demás improvisamos, pero él ya lo tenía claro desde niño”. Ese salto, más allá de su espectacularidad visual, representa una culminación simbólica: el niño que veía televisión en los años 60 cumplió, a lo grande, el sueño que había cultivado durante toda una vida.
Paramount Pictures
Para entender cómo se llega a ese momento en La sentencia final, que ya puedes disfrutar en las salas de Cinépolis y Cinemex, hay que retroceder varias décadas. En 1962, el escritor británico Eric Ambler publicó The Light of Day, una novela que llamó la atención del cineasta Jules Dassin. Dos años después, Dassin adaptó la historia al cine con la película Topkapi, un elegante thriller sobre un grupo de ladrones intentando robar una daga repleta de joyas. El filme sembró una semilla en Hollywood, una idea que años después inspiraría algo aún más ambicioso.
El responsable de materializar esa chispa fue Bruce Geller. En lugar de repetir la fórmula de ladrones sofisticados, Geller reformuló todo: convirtió a los delincuentes en agentes encubiertos y creó la serie Mission: Impossible, estrenada en 1966. Cada episodio era una bomba de tensión, cargado de estrategia, nervios y ritmo. Pero Geller sabía que para enganchar al público, el inicio debía ser inolvidable. Así nació la icónica secuencia del encendedor y la mecha encendida, preludio perfecto para lo que estaba por venir.
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Para acompañar esa secuencia, Geller buscó a un músico que pudiera traducir ese nervio en sonido. Lalo Schifrin, pianista y compositor argentino, recibió una orden sencilla pero desafiante: crear un tema musical que atrapara desde el primer segundo. Schifrin no solo cumplió, sino que entregó una de las piezas más reconocibles de la historia de la televisión. Aquella melodía pegajosa no solo marcó a una generación de espectadores, también se quedó grabada en la mente de un niño que soñaba con entrar a ese universo: Tom Cruise.
Décadas más tarde, ese niño tomó las riendas de la franquicia y la llevó a nuevas alturas. No solo como actor, sino como productor y alma creativa, Cruise revitalizó Mission: Impossible desde el filme de 1996 dirigido por Brian De Palma, haciéndola evolucionar de un relato de espías televisivo a una saga cinematográfica que combina tensión, espectáculo y riesgo real. Cada salto, cada persecución y cada misión suicida en pantalla son reflejo de una promesa infantil cumplida con determinación adulta.
