El cada vez más cercano estreno de Frankenstein, la nueva película de Guillermo del Toro, ha vuelto a encender el interés por el mito de la creación y el poder del conocimiento que no sólo están presentes en la novela original de 1818, sino también en el antiguo relato que inspiró a Mary Shelley. La esperada película, protagonizada por Jacob Elordi, Mia Goth, Oscar Isaac y Christoph Waltz, llegará a algunas salas mexicanas previo a su lanzamiento en Netflix, con la promesa de una mirada más íntima, trágica y espiritual sobre el monstruo que cambió la historia del terror.
El titán que desafió a los dioses y dio origen al monstruo más famoso de la literatura y el cine
Prometeo fue el titán que se atrevió a desafiar a los dioses al robar el fuego sagrado del Olimpo y entregarlo a los hombres. Este gesto de rebeldía simbolizó el despertar del conocimiento y la independencia humana frente al poder divino. Su castigo fue brutal: encadenado a una roca, un águila devoraba su hígado cada día, solo para que este volviera a regenerarse y el tormento nunca terminara. Este episodio ha inspirado a artistas durante siglos, desde poetas románticos hasta cineastas modernos como Christopher Nolan, quien en Oppenheimer invoca la imagen del “moderno Prometeo” para hablar del precio del conocimiento científico.
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El mito de Prometeo encierra la tensión entre creación y destrucción, entre la genialidad y la condena. En el cine contemporáneo, Robert Eggers evocó esta misma tragedia en El faro, donde el personaje de Robert Pattinson es castigado de manera similar al titán por intentar alcanzar una luz que representa el conocimiento prohibido. En Prometheus, Ridley Scott también retoma la figura prometeica para explorar la arrogancia humana frente a la creación de vida y la búsqueda de los orígenes. Así, el fuego que antaño encendió Prometeo se ha transformado en metáfora del poder que impulsa al ser humano a descubrir, pero también a destruir.
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De los dioses al laboratorio: la evolución del mito que cambió el horror
Durante el Romanticismo, el mito adquirió un nuevo significado. Mary Shelley recogió la esencia del mito prometeico y la trasladó a un terreno científico y filosófico. En Frankenstein o el moderno Prometeo, la autora cambió el fuego por la electricidad, el instrumento de la vida moderna.
Así, el galvanismo, las teorías médicas y los experimentos de la época sustituyeron a los dioses del Olimpo, y el laboratorio se convirtió en el nuevo templo de la creación. El doctor Victor Frankenstein, al infundir vida a la materia muerta, repite el gesto de Prometeo: roba a la naturaleza un secreto reservado a las divinidades.
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El resultado, sin embargo, no es el progreso, sino la tragedia. Frankenstein se convierte en el nuevo Prometeo castigado por su osadía. La criatura que ha creado lo condena a un sufrimiento eterno, recordándole que la creación sin responsabilidad conduce a la ruina. Como el fuego que arde sin control, la electricidad que da vida también puede destruir. El mito se transforma, pero conserva su advertencia: cada avance humano exige un precio.