En la nueva versión de Frankenstein, dirigida por Guillermo del Toro y que ya puedes ver en la plataforma de Netflix, la criatura vuelve a cobrar vida, pero no a través de los clásicos tornillos en el cuello ni las cicatrices grotescas que inmortalizó el cine de terror. En esta adaptación, el monstruo interpretado por Jacob Elordi se convierte en un símbolo de diseño, reflexión y belleza trágica. Detrás de su aspecto se esconde una cuidadosa investigación estética que combina historia, ciencia y arte.
De la frenología a la fantasía: la mente detrás del nuevo diseño de ‘Frankenstein’
El encargado de dar forma a este nuevo ser fue Mike Hill, colaborador habitual del cineasta mexicano desde La forma del agua. Hill, especialista en efectos prácticos y prótesis, enfrentó el reto de reinventar una de las figuras más reconocibles del imaginario cinematográfico. El objetivo del director era claro: huir de la apariencia tosca y cosida que había definido a los Frankenstein del pasado y crear un cuerpo que pareciera planeado, casi arquitectónico, como si hubiera sido construido con precisión matemática.
Para lograrlo, Hill y del Toro miraron hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX, época en la que la novela original de Mary Shelley fue concebida. En ese contexto, la ciencia y la superstición convivían estrechamente, y muchas teorías hoy desacreditadas, como la frenología, ejercían una gran influencia sobre la percepción del cuerpo y la mente humanos. Este pensamiento pseudocientífico, que sostenía que la forma del cráneo podía revelar rasgos del carácter o la inteligencia, sirvió como punto de partida visual para el diseño del monstruo.
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La frenología: la pseudociencia que quiso leer el alma en el cráneo
La frenología no solo aportó una referencia conceptual, sino también estética. Hill adaptó los característicos diagramas de cabezas frenológicas (aquellas figuras con líneas que dividían el cráneo en zonas vinculadas a emociones o habilidades) para trazar patrones geométricos sobre el cuerpo del monstruo. Estas líneas recuerdan tanto un mapa anatómico como un plano de ingeniería, reforzando la idea de una criatura creada por diseño, no simplemente ensamblada.
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El resultado es una piel marcada por una red de líneas que evocan tanto la precisión científica como el artificio humano. Del Toro y Hill buscaban que el espectador, al contemplar al monstruo, no pensara en una víctima remendada tras un accidente, sino en un ser manufacturado, un experimento cuidadosamente planificado. En palabras de Hill en entrevista para Polygon: “Quería que al verlo pensaras: esto ha sido hecho a partir de un patrón. Alguien planeó esto”.
Curiosamente, Hill también encontró inspiración en un universo muy distinto: el de George Lucas y su icónico androide C-3PO. Las articulaciones del monstruo, en especial la de las rodillas, incorporan detalles tomados directamente del diseño del droide dorado de Star Wars. Esa influencia refuerza el carácter híbrido del ser de Frankenstein: a medio camino entre lo humano y lo mecánico, entre el cuerpo orgánico y la máquina creada por el hombre.