Bill Murray es uno de esos actores cuya presencia basta para definir el tono de una película. Su carisma seco, su ironía imperturbable y esa mezcla única de cinismo y vulnerabilidad lo convirtieron en una figura clave de la comedia estadounidense desde finales de los años setenta. Películas como Los cazafantasmas, Tootsie y Vaya par de idiotas dan cuenta de una trayectoria marcada por personajes que parecen indiferentes al mundo, pero que esconden una profunda melancolía.
Esa capacidad para habitar la comedia sin renunciar a la introspección encontró uno de sus puntos más altos en El día de la marmota, una película que tomó su imagen pública y la llevó a un terreno inesperado. Lo que comienza como una sátira ligera sobre el ego y el hastío cotidiano se convierte, poco a poco, en una reflexión sobre el tiempo, la redención y la posibilidad de cambiar.
Columbia Pictures
Bill Murray brilla en una comedia que no envejece
Ambientada en un pequeño pueblo durante la celebración del Día de la Marmota, la película presenta a Phil Connors, un meteorólogo cínico y egocéntrico que queda atrapado viviendo una y otra vez el 2 de febrero. Lo que podría haber sido un simple gag se transforma en un dispositivo narrativo brillante que mantiene al espectador completamente atrapado, incluso después de múltiples revisiones.
Gran parte del magnetismo del filme de Harold Ramis recae en la interpretación de Bill Murray, quien construye a un personaje irritante, divertido y, poco a poco, profundamente humano. Phil pasa de la burla constante y el desprecio por los demás a una crisis existencial que lo obliga a mirarse a sí mismo, dando lugar a una de las evoluciones de personaje más memorables dentro de la comedia estadounidense.
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Filosofía disfrazada de risa en ‘El día de la marmota’
A diferencia de muchas comedias de su época, El día de la marmota no se apoya en el slapstick ni en chistes fáciles. Su estructura se sostiene en el desarrollo interior de Phil, dividido en etapas que incluyen la negación, el hedonismo, la desesperación y, finalmente, la aceptación. Cada repetición del día funciona como un muro filosófico que el protagonista debe aprender a atravesar.
Con el paso del tiempo, la película ha sido revalorizada hasta convertirse en un referente indiscutible. Incluso críticos legendarios como Roger Ebert reconocieron años después que, en su estreno, no alcanzaron a dimensionar su profundidad. Lo que parecía una comedia ingeniosa terminó siendo vista como una parábola moderna sobre el crecimiento personal y el sentido de la existencia.
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El impacto de El día de la marmota fue tal que estableció las bases de un subgénero entero centrado en los bucles temporales y los viajes introspectivos. Desde entonces, innumerables películas y series como Palm Springs, Feliz día de tu muerte o Russian Doll han retomado esa idea de repetir el tiempo como una vía para explorar la identidad, la culpa, el aprendizaje y la transformación personal.
Hoy, más de tres décadas después, la película sigue siendo infinitamente revisitable. Su mezcla de comedia romántica, sátira y fábula existencial la convierte en una experiencia hipnótica: una vez que empieza, es difícil abandonarla. No solo te hace reír, también te invita a pensar en cómo cambiarías tu vida si tuvieras todo el tiempo del mundo para hacerlo bien.