"Crecer significa irse reconociendo como uno es a pesar de las dificultades que esto conlleve", menciona Bruno Santamaría Razo en entrevista exclusiva con Sensacine México. Cosas que no hacemos finalmente terminó su camino por festivales internacionales para llegar al circuito cultural en México, razón por la que el director egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) nos contó qué tan duro fue el proceso de rodaje y cómo encontró una sinergia personal con la historia.
Dayanara es una adolescente transgénero de un pueblito de la Costa del Pacífico mexicano que pasa las tardes jugando con los niños de la isla, al mismo tiempo que cuida de ellos. Decidida a crecer, busca el momento ideal para compartir con su familia su sueño de ser mujer a pesar de los peligros latentes que viven en México las personas trans.
Esta producción recibió múltiples reconocimientos fuera de nuestro país como Mejor documental en el Festival Internacional de Cine de Chicago y en el Festival de Cine de Lima. Y, aunque los peligros de la inseguridad al norte del país forman parte de la historia, para Santamaría lo más importante surgió a través de sus propias memorias y necesidades como cineasta.
"Me senté a escribir Memorias de infancia, una película sobre crecer, tenía ganas de explorar ese proceso y entendí que las memorias tenían un común denominador: la represión de la identidad sexual. Entonces apareció un título: Cosas que no hacemos, no sabía ni dónde, cómo o cuándo, pero pensaba que la película ayudaría a que cosas que no se habían hecho, se hicieran. Tenía que ver más conmigo".
Y fue así que decidió emprender un viaje a Sinaloa, donde de manera casi fortuita la inusual historia de un hombre que sobrevolaba una isla y daba obsequios a los niños en Navidad, logró captar por completo su interés.
"Fui a Sinaloa y en uno de mis viajes, unos niños a bordo de una lancha me contaron que Santa Claus sobrevolaba una isla arrojando dulces, vestido con su ropa roja y barba, con un trineo y un paracaídas de colores. Me lo contaron tan bien que quise verlo; me quedé allí hasta diciembre y fue hasta entonces que vi a Santa Claus, me enamoré de este espacio y decidí hacer una película sobre crecer en un lugar lleno de niños", confesó el cineasta.
La realidad poco a poco comenzó a teñir este largometraje cuando supo que los niños, de apenas 12 años, que vivían en el pequeño poblado de El Roblito ya eran considerados adultos. Y por las necesidades económicas, la falta de empleo y educación, debían soportar largas jornadas de explotación laboral. En medio de esta crisis fue donde conoció a Arturo, quien más tarde llevaría sobre sus hombros este documental.
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"A los 12 años, los niños de este lugar ya se convierten en adultos y dejan el pueblo, así conocí a Arturo, él no lo había hecho y se volvió una persona con la que platicaba mucho y empezamos a entender que teníamos cosas en común, en particular salió el tema del secreto y el silencio, guardar algo que no compartes con nadie más", reveló.
De este modo, Santamaría junto a su equipo de producción hicieron un total de ocho viajes a lo largo de tres años para filmar más de 150 horas de material, "todo es cine directo, todo lo que filmamos estaba ocurriendo. La construcción de la historia es una simulación de lo que vivimos", mencionó el director en entrevista.
EL MIEDO DETRÁS DE UNA CHICA TRANS
A lo largo del documental, Dayanara debe enfrentarse al rechazo de algunos miembros de la comunidad, pero su mayor miedo era que molestaran a sus padres por tener una chica transgénero en la familia. Este fue uno de los argumentos que fueron explorados en el metraje y a su vez, uno de los puntos con los que el propio director se sintió identificado.
"Dayanara me lo dijo muchas veces, no le importaba que la molestaran a ella, decía: 'yo me hago cargo, pero ¿por qué a mis papás?' A su padre lo van a molestar otros pescadores por tener una chica trans y es sumamente violento. El miedo que tenía Dayanara por decirle la verdad a sus padres, era inimaginable, ni siquiera sabía que existía, incluso ni en mí aunque estuviera viviendo un proceso similar con mis padres", explicó el director.
Es así cómo en medio del pueblito El Roblito y las diversas formas de violencia, Bruno Santamaría Razo encontró la respuesta al acto de crecer en un sitio donde a los 12 años ya eres mayor para trabajar y sustentar una familia, al mismo tiempo que relataba cómo una chica trans encontraba el valor para sobreponerse al rechazo gracias al apoyo incondicional de su familia, aunque el miedo la acompañara a todas partes.
Cosas que no hacemos ya se encuentra disponible en salas del país como parte de su circuito cultural, estos son los recintos donde podrás encontrar el documental: Los Pinos (CDMX); Docu al parque (Guadalajara); Compartimento Cinematográfico (San Miguel de Allende); Cine La Mina (Guanajuato); Salón Gallo (Mérida ) y Cinemorelos (Morelos).
