Cuando se estrenó en 2019, Los muertos no mueren fue recibida con desconcierto por parte de la crítica y el público general. Muchos esperaban una película de zombis convencional, plagada de acción, sangre y sustos. Pero lo que entregó Jim Jarmusch fue algo completamente diferente: una comedia absurda, melancólica y metatextual que rompía las reglas del género para burlarse de ellas con una sonrisa cansada. Lejos de las fórmulas de Guerra Mundial Z o Zombieland, esta película prefería los silencios largos, las miradas desconcertadas y los diálogos muertos de risa, literalmente.
Ambientada en el apacible y ficticio pueblo de Centerville, “un lugar realmente agradable”, la historia comienza con misteriosas alteraciones en la naturaleza: el sol ya no se oculta a su hora, los animales huyen, y los relojes dejan de funcionar. La causa, según se sugiere, es un polémico “fracking polar” que ha desestabilizado el eje de la Tierra. Pero lo verdaderamente extraño está por llegar, cuando los muertos comienzan a salir de sus tumbas, en busca de carne y objetos de consumo como café, chatarra o Wi-Fi.
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Jim Jarmusch y su inusual apocalipsis: una rareza llamada ‘Los muertos no mueren’
Lo que hace a Los muertos no mueren tan peculiar es que el apocalipsis zombi no es un estallido de caos sino una invasión pausada, donde los personajes continúan su rutina diaria con una mezcla de desconcierto y resignación. Bill Murray y Adam Driver, como los policías locales, reaccionan a las masacres con una calma inexplicable. Driver, incluso, rompe la cuarta pared al referirse al guion del propio Jarmusch y repetir, como un mantra: “Esto no va a acabar bien”.
La película está repleta de guiños autorreferenciales y humor seco. El tema principal, compuesto por Sturgill Simpson, suena una y otra vez en la radio, provocando que los personajes reconozcan la canción como si supieran que están dentro de una película. Todo esto contribuye a una atmósfera de extrañamiento que desconcierta y divierte a partes iguales. No hay héroes ni grandes gestos heroicos: solo gente confundida intentando entender lo que está pasando.
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Además de su elenco de lujo (que incluye a Chloë Sevigny, Tilda Swinton, Steve Buscemi, Danny Glover, Tom Waits y Selena Gomez), la película se da el lujo de incorporar a leyendas de la música como Iggy Pop, en papeles tan insólitos como zombis o repartidores de paquetes. Jarmusch convierte el fin del mundo en una reunión de viejos conocidos, un espacio para el comentario social disfrazado de humor absurdo.
Aunque su sátira hacia el capitalismo, el negacionismo ambiental y la apatía colectiva no es del todo profunda, sí es intencionada. Los zombis de Jarmusch no solo buscan cerebros, sino sus objetos de deseo en vida: celulares, maquillaje, cerveza. Es un apocalipsis en cámara lenta, como una metáfora de nuestra rutina consumista en automático. A diferencia de otros títulos del género, Los muertos no mueren no quiere asustar, sino provocar una risa incómoda y un suspiro de resignación.