Pocas cosas generan tanta expectativa entre los amantes del cine como una nueva película de Guillermo del Toro. Después de su Oscar por Pinocho de Netflix, el director tapatío prepara su versión de Frankenstein, una cinta que promete ser tan íntima, poética y desgarradora como su obra maestra de 2006: El laberinto del fauno.
Desde ya, muchos la describen como una historia hermana de aquella: un cuento oscuro sobre la humanidad, los monstruos y la inocencia perdida. Y aunque Frankenstein es uno de los proyectos más ambiciosos de su carrera, la verdad es que Del Toro ha sido fiel a su visión desde el inicio, incluso cuando eso significó enfrentarse a los grandes estudios de Hollywood.
Y la mejor prueba de ello ocurrió hace casi dos décadas, cuando se negó rotundamente a hacer El laberinto del fauno en inglés, a pesar de que eso habría duplicado su presupuesto.
"No puedo hacerlo"
Durante una charla con el público en una de las conferencias de La cumbre escarlata, uno de los asistentes le preguntó si planeaba alternar películas en inglés y en español, o si esa decisión dependía de la historia que quería contar. Del Toro respondió con total honestidad, que eso estaba "al servicio de la historia" y no de los estudios ni de nadie más.
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Y como ejemplo, recordó lo que ocurrió con El laberinto del fauno. "Cuando intentábamos financiarla, mucha gente dijo: 'Les daremos el doble de presupuesto, pero háganla en inglés'", recordó sobre cómo le ofrecieron más dinero si es que cambiaba el idioma, y por lo tanto, el contexto. "Y yo dije: 'No puedo'. No puedo hacerlo, porque detesto esas películas en las que la gente debería hablar en su lengua materna, y lo hacen en inglés", dijo.
Un acto de rebeldía artística
La decisión del mexicano lo cambió todo. El laberinto del fauno se filmó en español, con un presupuesto mucho menor al que le ofrecían, pero con total libertad creativa. El resultado fue un milagro cinematográfico: una obra que combinó la brutalidad de la guerra con la belleza de los cuentos de hadas.
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La película fue un fenómeno mundial, ganó tres premios Oscar, conquistó Cannes y consolidó a Guillermo del Toro como una de las voces más únicas del cine contemporáneo. Pero más allá del reconocimiento, fue una declaración de principios: el idioma, ni el dinero, debían de ser una barrera para contar una historia universal.
El poder de decir "no"
Años después, cuando Hollywood se le rendía a los pies, Del Toro siguió moviéndose entre los dos mundos: el cine en inglés, con La forma del agua y La cumbre escarlata, y el cine en español o profundamente latino, como El espinazo del diablo. Y aunque su carrera se volvió más internacional, nunca abandonó su identidad.
Ese "no puedo" que dijo en los años 2000 se convirtió en una especie de lema: un recordatorio de que las historias más poderosas son las que se cuentan desde la verdad cultural y emocional de quien las crea.