¿Quién es el verdadero monstruo en ‘Frankenstein’? El debate moral que ha dejado la obra de Mary Shelly a través de los años
Luis Fernando Galván
Desde 'El arca rusa' de Aleksander Sokurov hasta 'Museo' de Alonso Ruizpalacios, me encantan las películas que se desarrollan al interior de los museos. Como historiador del arte, me interesa explorar los vínculos que existen entre la pintura y el cine como medios de expresión visual.

La obra literaria se erige como una advertencia sobre la responsabilidad moral que acompaña a todo acto de creación, una reflexión que el cine ha sabido reinterpretar desde distintas perspectivas, ya sea en clave de horror, drama o ciencia ficción.

Desde su publicación en 1818, Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley ha sido adaptada en innumerables ocasiones al cine, cada una con una mirada particular sobre la naturaleza del monstruo y su creador. La icónica interpretación de Boris Karloff en la película de James Whale estableció la imagen más reconocible del ser: un cuerpo cosido, torpe, solitario, pero capaz de inspirar compasión. Ahora, Guillermo del Toro ofrece su propia versión del mito, con un enfoque en la dimensión emocional del monstruo y la culpa del creador desde una sensibilidad gótica y profundamente humana, abriendo nuevamente el dilema ético central: ¿quién es realmente el monstruo, la criatura o quien la crea?

Frankenstein
Frankenstein
Fecha de estreno 23 de octubre de 2025 | 2h 30min
Dirigida por Guillermo del Toro
Con Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth
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3,4
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4,0
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El monstruo que nos obliga a mirar dentro de nosotros mismos

Este debate ha trascendido los límites de la literatura gótica y del cine de terror, convirtiéndose en una reflexión contemporánea sobre los alcances de la ciencia, la tecnología y la moral. En la pantalla, desde Ex Machina hasta Blade Runner, los ecos de Shelley persisten: la creación que adquiere conciencia y se rebela ante su creador. El mito moderno del Prometeo científico continúa interpelando al espectador: ¿hasta qué punto el afán de conocimiento puede justificar la transgresión de las fronteras naturales y éticas?

En la novela, Victor Frankenstein encarna el impulso moderno por dominar la naturaleza, un afán que Shelley presenta como advertencia moral. Su obsesión por crear vida y desafiar a la muerte simboliza la arrogancia del progreso sin límites. Shelley sugiere que el conocimiento, sin responsabilidad, puede ser destructivo, una idea que resuena en el cine de ciencia ficción contemporáneo, desde Jurassic Park hasta Oppenheimer, donde la fascinación por el avance científico convive con el miedo a sus consecuencias irreversibles.

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La criatura y su creador como dos reflejos de una misma soledad

Victor representa, en última instancia, la humanidad misma: brillante y curiosa, pero también frágil ante su propio poder. Su error no radica en su inteligencia, sino en su falta de empatía y de previsión. Shelley, al igual que los cineastas que la han reinterpretado, plantea que el verdadero peligro no reside en la creación, sino en el creador que no asume la responsabilidad de sus actos. Al huir despavorido de su criatura, Frankenstein no sólo abandona su obra, sino también toda posibilidad de redención moral.

La criatura, por su parte, encarna la tragedia del rechazo. Nace sin maldad, aprende observando a los humanos y desea únicamente afecto. Como en El joven manos de tijera o El hombre elefante, su monstruosidad no proviene de sus actos, sino de la mirada que lo condena. El horror, en este sentido, no está en su apariencia, sino en la crueldad de una sociedad que margina lo diferente. Shelley anticipa aquí un tema recurrente en el cine del siglo XX: la soledad del ser excluido que busca ser amado.

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De la moral al laboratorio: el dilema científico que nunca termina.

El aprendizaje del monstruo ante la familia De Lacey es uno de los momentos más conmovedores de la novela, y ha sido recuperado en múltiples versiones cinematográficas. Allí, el ser demuestra su capacidad moral: ayuda en secreto, aprende el lenguaje, admira la virtud. Sin embargo, al ser brutalmente rechazado, su bondad se transforma en rabia. Shelley sugiere que el mal no es innato, sino producto del entorno. La criatura se convierte en asesino sólo después de ser condenada al aislamiento, una idea que el cine ha repetido en historias de víctimas convertidas en villanos, como Joker o Carrie.

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Este tránsito moral es fundamental: la criatura pasa de la inocencia al crimen, no por naturaleza sino por abandono. El propio Frankenstein, al negarle guía y compasión, lo empuja hacia la venganza. Shelley propone así una lectura más compleja de la monstruosidad: lo que define a un ser no es su origen, sino sus circunstancias.

La ambigüedad moral de la criatura (capaz de ternura y de crueldad) convierte a Frankenstein en una obra atemporal. Shelley construye un personaje que no es ni completamente bueno ni completamente malo, sino el reflejo de un creador incapaz de asumir su rol paternal. De ahí que el monstruo no sea tanto un enemigo de la humanidad como su espejo trágico.

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En este sentido, Shelley advierte sobre los peligros del progreso desmedido y la desconexión emocional. Victor no sólo viola las leyes de la naturaleza, sino que también pierde su humanidad en el proceso. Su orgullo lo ciega, lo separa del mundo y lo lleva a la autodestrucción. Esta dinámica puede verse en el cine moderno en personajes como el Dr. Moreau o los científicos de Splice que comparten el deseo de crear sin medir las consecuencias éticas de su poder.

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