Durante los años 60 y 70 emergió en Estados Unidos una generación de cineastas conocida como la Film School Generation. Figuras como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian De Palma y George Lucas, entre otros, comenzaron sus carreras tras años de formación académica. Estos jóvenes revolucionaron el cine con una mirada fresca, moderna y autorreflexiva, y muchos de ellos compartían un origen común: las aulas universitarias donde aprendieron las bases del lenguaje cinematográfico.
Steven Spielberg, aunque es parte de esa misma generación histórica, siguió un camino distinto. Desde muy joven soñaba con contar historias a través de una cámara, y a diferencia de sus colegas, su formación formal en cine fue breve. Ingresó a la Universidad Estatal de California en Long Beach, pero pronto abandonó los estudios tras el éxito de su cortometraje Amblin. Con solo 21 años, firmó un contrato de siete películas con Universal. Su lugar ya no estaba en el aula, sino en los estudios de Hollywood, donde poco después dirigiría Tiburón, el primer gran blockbuster de la historia.
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La promesa pendiente que Steven Spielberg decidió cumplir décadas después
Sin embargo, décadas después, Spielberg sintió que debía cerrar ese capítulo inconcluso de su vida. En 2001, a pesar de tener ya en su filmografía títulos como Salvando al soldado Ryan, E.T. el extraterrestre o Indiana Jones: Los cazadores del arca perdida, decidió regresar a la universidad para completar su licenciatura en Cine y Medios Electrónicos. Se inscribió nuevamente en Long Beach, esta vez a través de un programa de estudios independientes, y con el fin de preservar su privacidad, utilizó un seudónimo durante su estancia académica.
Para cumplir con los requisitos del curso avanzado de estudios cinematográficos, Spielberg entregó como proyecto final La lista de Schindler, ganadora del Óscar a Mejor Película. El filme, que relata con sobriedad y profundidad el horror del Holocausto, le valió no solo el reconocimiento de la Academia, sino también una calificación sobresaliente como estudiante universitario. La elección no pudo ser más adecuada: una obra madura, ética y técnicamente impecable que reflejaba el dominio del medio por parte de su creador.
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Pero no fue la única película que le ayudó en su regreso a las aulas. Jurassic Park, una de sus cintas más taquilleras, fue utilizada por Spielberg para cumplir con un crédito de ciencias. Aunque los paleontólogos reales podrían poner reparos a la exactitud científica del filme, Spielberg sí investigó biología animal para diseñar los comportamientos de sus dinosaurios, tomando como referencia a avestruces y elefantes. CSU Long Beach reconoció ese esfuerzo con una acreditación en paleontología, aunque fuese más simbólica que académica.
El cineasta también aprovechó otras investigaciones previas: sus estudios sobre tiburones durante el rodaje de Tiburón le valieron una unidad en biología marina, y su exploración del espacio y la astronomía en E.T. fue reconocida en el área de ciencias naturales. Spielberg no solo estaba cerrando un ciclo personal, sino demostrando que el cine, además de arte, puede ser un vehículo para el conocimiento multidisciplinario.
En la ceremonia de graduación, a la que asistió vestido con toga y birrete, Spielberg dedicó sus logros a sus padres y a todos aquellos que valoran la educación. Años más tarde, en un discurso en Harvard, les diría a los estudiantes que, aunque él había imaginado muchos futuros posibles en sus películas, el futuro real sería construido por ellos. Y esa generación, como la suya en su momento, tendría también la responsabilidad de usar sus talentos para crear un mundo más justo y en paz.