En 1955, el cine mundial fue testigo de una obra que desafiaba las convenciones del séptimo arte: Ordet, dirigida por Carl Theodor Dreyer (cineasta danés responsable de la también espléndida La pasión de Juana de Arco). Basada en la obra teatral de Kaj Munk, esta película fusiona la austeridad visual con una profundidad espiritual que sigue cautivando setenta años después de su estreno. Su aparente sencillez, centrada en la vida de una familia rural en Jutlandia, oculta un relato sobre la fe, la muerte y el misterio de la existencia.
La obra maestra que cumple 70 años y redefine lo que el cine puede lograr
La historia sigue al viudo Morten Borgen y sus tres hijos, cada uno en conflicto con una dimensión distinta de la fe. Mikkel es un ateo atormentado por la enfermedad de su esposa embarazada; Anders desea casarse con una joven de otra rama cristiana más rígida, provocando un choque doctrinal entre familias; y Johannes, marcado por la locura tras leer a Kierkegaard, deambula convencido de ser Jesucristo. A través de estos personajes, Dreyer explora la tensión entre razón, religión y espiritualidad con una honestidad admirable.
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El estilo visual de Ordet es tan hipnótico como su contenido filosófico. La cámara de Dreyer y del director de fotografía Henning Bendtsen se desliza con parsimonia por las habitaciones de la granja, capturando la lucha entre la luz y la sombra, mientras los sonidos del viento y el incesante tic-tac del reloj intensifican la sensación de que la vida y la muerte habitan ese mismo espacio. Esta austeridad formal se transforma en una belleza arrebatadora que convirtió la película en un referente del cine espiritual europeo, influyendo en cineastas como Ingmar Bergman, Andrei Tarkovski y Lars von Trier.
La trama alcanza su punto álgido cuando Inger, la esposa de Mikkel, enfrenta un parto complicado que amenaza su vida. Entre el médico y el pastor, entre la ciencia y la fe, la familia se sumerge en una crisis que desnuda las fragilidades humanas ante lo inevitable. Al mismo tiempo, la disputa con el padre de la prometida de Anders resalta el absurdo de las divisiones religiosas, mostrando cómo los dogmas pueden oscurecer la verdadera esencia de la fe.
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Hablar de Ordet sin mencionar sus últimos diez minutos es casi imposible, pero revelar su desenlace sería un acto injusto con quienes aún no la han visto. Dreyer logra un giro final que desafía toda explicación racional y convierte lo cotidiano en un milagro cinematográfico. Es un momento que reconfigura por completo la percepción de lo que hemos presenciado y deja una huella emocional imborrable.
La película, que obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia, fue en su tiempo considerada un desafío para el público general por su ritmo pausado y su temática religiosa. Más allá de las creencias personales, su valor radica en la exploración del rostro humano y la confrontación de lo visible con lo invisible. Esa “austeridad arrebatadora” es precisamente lo que la ha convertido en un clásico imperecedero.