En la historia del cine existen figuras misteriosas que emergen cada tanto para ofrecer obras maestras destinadas a perdurar. Krzysztof Kieslowski con Tres colores: Rojo, Terrence Malick con El árbol de la vida, Jonathan Glazer con Under the Skin o Todd Field con Tár forman parte de esa estirpe de cineastas discretos y esenciales, cuyo estilo se caracteriza por la sensibilidad visual, la introspección profunda y la capacidad de explorar la condición humana desde perspectivas poco convencionales.
Entre ellos, el español Víctor Erice ocupa un lugar singular: con apenas cuatro largometrajes en cinco décadas, ha construido una filmografía breve pero profundamente poética. Su debut, El espíritu de la colmena, no solo es una de las películas más bellas del cine español, sino también una de las más enigmáticas en su forma de transformar la inocencia infantil y el horror en una meditación sobre la memoria, la posguerra y el propio poder del cine.
Cuando la inocencia encuentra al monstruo de ‘Frankenstein’
Ambientada en la árida meseta de un pueblo de Castilla poco después de la Guerra Civil española, la película inicia con una proyección itinerante de Frankenstein, el clásico de James Whale de 1931, en un pequeño pueblo. Dos niñas, Ana e Isabel, observan fascinadas el encuentro del monstruo con una niña junto a un lago. Esa escena, perturbadora y tierna al mismo tiempo, marca a Ana para siempre: lo que el público adulto interpreta como ficción, ella lo asimila como una revelación. A partir de entonces, su mirada se llena de preguntas sobre la vida, la muerte y la existencia de lo monstruoso.
Universal Pictures
La fascinación de Ana por Frankenstein no es un simple capricho infantil. Erice utiliza ese mito cinematográfico como espejo para reflejar el trauma de una nación. El monstruo que no comprende el mundo que lo rechaza se convierte en una metáfora del pueblo español tras la guerra: despojado, aislado, tratando de reencontrar su identidad. En su pureza, Ana proyecta sobre la criatura una ternura que el mundo adulto ha perdido.
Bocaccio Distribución S.A.
La infancia, el horror y la memoria en ‘El espíritu de la colmena’, un clásico del cine español
El relato prescinde de una trama convencional. Más que contar una historia, Erice construye un estado de ánimo. Cada plano está meditado con la delicadeza de un pintor: los colores ocres, la luz que se filtra entre las abejas, el silencio que domina la casa familiar. Su cine pertenece al reino de la sugerencia, donde los gestos y los espacios dicen más que las palabras. La belleza del entorno rural contrasta con la sensación de vacío que habita a los personajes, en especial el padre, Fernando, un apicultor que observa sus colmenas como quien intenta descifrar la estructura invisible del orden social que lo oprime.
Bocaccio Distribución S.A.
El vínculo con el mito de Frankenstein añade una capa de profundidad filosófica. Así como el doctor de Mary Shelley creó vida para luego repudiarla, la España de posguerra parece haber engendrado un monstruo colectivo al renegar de su humanidad. La criatura incomprendida de James Whale se convierte, en las manos de Erice, en un espejo donde los personajes y los espectadores contemplan su propio reflejo deformado.
A lo largo del metraje, el terror se diluye en melancolía. Lo monstruoso no proviene de lo sobrenatural, sino del silencio y del miedo, de las ausencias que dominan la casa familiar. Ana, interpretada por la pequeña Ana Torrent con una intensidad conmovedora, encarna el descubrimiento del horror y la belleza en un mismo instante: la conciencia de que el mundo puede ser cruel, pero también profundamente poético.